Los que conocen la obra del maestro Braulio Salazar saben de su recorrido por las diferentes técnicas y estudios del arte pictórico.
Inspirado al principio en dos grandes pintores clásicos: Michelena y Herrera Toro, y en la naturaleza que observaba con afán contemplativo, llegó al aprendizaje académico pasando por las tendencias dominantes en la época que le tocó vivir. En México, su pintura se ve influenciada por los grandes muralistas, el planteamiento de una pintura más vigorosa y el tratamiento de los temas sociales en forma simbólica. Intervienen, al mismo tiempo, elementos de la pintura contemporánea (el cubismo, el impresionismo y las influencias europea y norteamericana).
Braulio Salazar trabajó con el ser humano, expresando en sus temas la vida cotidiana, la belleza, el amor, la nostalgia, el candor. Fue un pintor directo, usó la imaginación e integró la figura humana al paisaje como símbolo de una fusión hombre-naturaleza, y fue Valencia el marco palpable de sus visiones.
Cuando empecé a conversar con él, cerró los ojos y se fue en busca de su infancia, de las anécdotas, de su río, de sus calles y de su padre, quien fue el protagonista de esos recuerdos... De la mano de su padre fue a encontrarse con sus días de niño cuando lo acompañaba al Puerto y mientras trabajaba, Braulio se llegaba hasta la playa y allí, entre la espuma del mar, su sombra y sus pies sumergidos en la arena, fue sabiéndose pintor.
Con creyones y hojas de papel comenzó a hacer marinas que aún conserva como símbolo de su aprendizaje. Pero, hay algo más dentro de este niño contemplativo que, haciendo profunda su interioridad, su conocimiento de sí mismo, sabiendo lo que deseaba, recreó su infancia y la hizo dueña de su vida. Mas no buscó su infancia en forma nostálgica, para desear volver a ella. Como todas las personas que tuvimos una infancia feliz, vamos hacia ella no para desearla, sino para de esa conmovedora reserva de recuerdos, extraer fuerzas para ir por la vida y apoyarnos en ella.
Quizás mi identificación con el maestro Braulio Salazar viene de esa búsqueda de infancia inolvidable, donde hubo cercanía de mar, río suave y fresco, cielo lleno de colores y mucho afecto.
Cuando por primera vez atravesé el jardín hacia su taller-estudio, en Prebo, sentí la misma sensación y el recogimiento de cuando, en Toledo, España, visité la casa de El Greco, no por semejanza de construcción, que en nada coinciden, ni por modalidad artística, sino por la emoción de estar en un lugar de intimidad de un artista que la expande más allá de la belleza y el arte.
Es una sensación diferente de cuando visitas los grandes museos del mundo: el Louvre, el Museo del Prado, el Museo Británico o el Museo de Arte Contemporáneo de New York o el de Caracas, porque en ellos sientes la grandeza de la organización la protección de las obras, catálogos y toda la técnica del emporio del arte. Aquí, en el taller de Braulio Salazar, sientes el calor humano, la presencia de la belleza de las obras y la sencillez del hombre que está consciente de que se debe al visitante, al que viene a conocerle y a compartir con él.
Me dio la impresión de estar frente a alguien que conocía de antes, quizás lo ubiqué entre algún personaje de mis lecturas o lo sentí entre las obras de los grandes pintores, o comparé su rostro con el de los apóstoles, por su figura clásica, la barba, sus ojos cerrados balbuceando recuerdos.
Pero no fue Braulio Salazar un hombre irreal, menos aún, distante. Por su conversación se percibía que vivió, que no dejó pasar la vida, sino que se metió en ella y nos lo afirmó en este pensamiento: "No estoy tratando de inventar nada, sino de vivirlo todo".
Fue un enamorado de la vida con respuestas precisas, que prefirió pintar figuras femeninas por la suavidad que podía imprimir en sus obras. En cambio, con los hombres, tendría que colocar en sus manos la fuerza, el instrumento pesado que carece de la suavidad de una chamiza o de una flor en los brazos de una mujer o de una niña. Además, le gustaba la mujer y cuando se refería al tema, entre picardías y realidades, sus ojos se llenaban de esa luz que plasma en el río o en el camino rural de sus cuadros y que, bajo la influencia de la pintura impresionista o figurativa, desdibuja el efecto de la luz que suaviza la dureza de perfiles y nos presenta una escena de luminoso encanto.
La figura masculina está en sus varios "Autorretratos", en "El enterrador", "La vela del alma" y otras obras de la época en que su pintura presentaba cierto dramatismo e incursionaba en el expresionismo (1934 a 1944).
Amante de su ciudad, su valencianidad, ajena a poses e intereses, la reflejó en su comportamiento. Prefirió su ciudad y en ella se quedó como pedagogo, como lírico en su pintura y en su lenguaje, abierto a los cambios, pendiente de las generaciones futuras, como docente del arte. Tenía sus propias opiniones y la angustia porque se lograra mejorar la escuela que él fundó, la Escuela de Bellas Artes Arturo Michelena y que comenzó siendo un taller libre patrocinado por el Rotary Club.
Fragmento del texto: "Queriendo hacer un ensayo"
No hay comentarios:
Publicar un comentario