lunes, 10 de noviembre de 2008

DOS SALONES, DOS PAÍSES



Por Roldán Esteva-Grillet

El pasado 2 de noviembre, Día de Muertos, se inauguró, finalmente, el 64 Salón Bienal, en la versión de la Directiva del Ateneo de Valencia que, por encontrarse sin poder ocupar su sede original, ha debido desparramar las 121 obras de arte seleccionadas para esta ocasión en cinco “estaciones”. Así han sido denominadas por el museógrafo Alberto Asprino, no otras sino las diversas sedes, alguna de ella ajena por completo a estos menesteres pero con un espacio realmente impresionante, donde precisamente se dio el acto inaugural.
No faltaron a la cita los reporteros de sociales, así como los familiares de los seleccionados, varios de ellos fotografiándose con el artista delante de la propia obra. Tampoco podía evitarse la nota política, en tiempos de elecciones regionales como nos encontramos; así, de pronto apareció un hombre disfrazado de pollito, con un salvavidas en la cintura, que con un pito llamaba la atención a su consigna: “Yo estoy con el Pollo aunque sea Pato”. Entre los presentes se encontraba el padre del aludido, antiguo gobernador.
Gracias a la generosidad de dos amigas, pude hacer el recorrido de las otras sedes. En todas había un buen público, a veces una que otra persona de las ya vistas en la anterior. En fin, aunque la distribución de las obras seguía el índice alfabético de los artistas no era necesario seguir un orden en el recorrido pues la distancia entre las sedes debió determinar cuál se visitaba primero y cuál después. La selección -de la que participé como jurado- era bastante equilibrada y la museografía coadyuvaba en mucho a resaltar los contrastes entre lo bi y lo tridimensional, así como de los mismos materiales, variadísimos, de que se habían servido los artistas, desde cabellos humanos hasta galletas de soda. Todo lo cual revelaba una excelente comprensión, tanto de las libertades del arte contemporáneo como de un fino sentido estético para la disposición de las obras de manera de hacer su visión más agradable e interesante.
No dejó de chocarme, por supuesto, el ver ubicadas –a veces en sitios estratégicos- aquellas obras que yo consideré poco meritorias de participar, más cuando no habiéndose podido constituir un jurado impar, alguien usó o, más bien abusó y votó dos veces. Salvo por ese lunar, defiendo ese Salón que no ha contado con el antiguo financiamiento oficial y que ha sobrevivido gracias al aporte de la Universidad de Carabobo, la Alcaldía de Naguanagua y el privado.
Mis amigas me facilitaron el poder concluir mi visita a Valencia, yendo por mi cuenta a visitar el Salón del Eructo, el financiado por la Gobernación actual. Según el folleto que reparten a la entrada, el Salón fue organizado no por el sindicato sino por nada menos que “la clase trabajadora”; y acorde a un extracto del catálogo, escrito por Juan Calzadilla -integrante del “comité interdisciplinario”, donde no había ningún bedel ni electricista del Ateneo-, este 64 Salón (para ellos no es bienal) significa un paso adelante, un nuevo hito en la historia del evento, armado ahora en un ambiente que da respuesta a las políticas del Ateneo de Valencia de impulsar la inclusión de los sectores marginados y excluidos a los programas de la institución.
De las cuatro salas en que se distribuyen las 91 obras seleccionadas (fueron excluidas por “ilustrativas”, no se sabe de qué, el resto de las 367), sólo la última, ubicada en el tercer piso, es digna de un Salón, y el museógrafo tuvo el buen tino de agruparlas ahí. Las demás son más que mediocres, como de fin de curso, y algunas sí evidencian la manida “inclusión”: son casualmente los héroes o antihéroes de la revolución pacífica pero armada: Miranda, Bolívar y Bush; además, un video sesentoso contra la publicidad televisiva.
Resulta notable la ausencia de otros héroes como Guaicaipuro, Zamora o Alí Primera, quienes seguramente fueron excluidos no por falta de entusiasmo político de los autores de sus respectivas “ilustraciones”, sino porque el esfuerzo artístico no corrió parejo, y el resultado no alcanzó el nivel de mediocridad tolerable en este Salón. Varios artistas participan en ambos salones, dando ejemplo de estar por encima de la diatriba política; unos pocos lo tomaron como objeto de befa o, mejor, se abstuvieron; para otros la elección era crucial.
Dos Salones, dos países, ambos imperfectos: una familia disfuncional en la que los hermanos deberán convivir y tolerarse, aunque se vigilen de reojo.

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